lunes, 19 de mayo de 2014

Y entonces empecé a caer


El verano había empezado con la primera caricia de la cortina sobre mi pie. Era la primera noche en que la ventana se quedaba abierta porque si fuera romántico diría que la habitación olía a amor. Pero en realidad olía a tigre.

El verano, hasta entonces, sucumbía en el primer clack tras partir una sandía, las primeras cerezas, el tomate maduro. Ahora iniciaba su paso con el sudor fresco postcoital, con el embozo de las sábanas pegadas al tobillo y los gemelos como un ruido de trenes. Con Janis Joplin susurrando, sin más luz que la del sexo.

En aquellas noches raras imaginaba que tus ojos eran como dos huesos de albaricoque, brillantes y limpios. Ya habría tiempo para odiar el calor rojo de agosto, por delante quedaba aquella libertad, aquella isla que era una cama con ruedas y que trataba de sujetar haciendo pie en las embestidas. El contacto con el mármol era un alivio frío.

No había hambre, ni sed, solo instintos y humo de cigarros, lengüetazos de güisqui y arañazos como tatuajes, enredaderas de desconcierto, respiración entrecortada.

Y fue tras esa caricia, ya digo, de la cortina sobre mi pie. El viento hinchó la tela como las velas de un barco, como un vientre embarazado de frescura. Fue entonces cuando supe que había muerto y empecé a caer

                                                             a caer

                                                                a caer

                                                                     a caer

                                                                           a caer

Y a pensar en cómo brillarían aquellos ojos tras descubrir a su amante muerto. Envuelto en un final feliz.

lunes, 12 de mayo de 2014

Operación Ambipur


Que la política huele mal es algo que ya sabíamos todos, pero la investigación Ambipur ha rebasado las costuras de mi paciencia. En las campañas electorales sólo hay tres tipos de personas que cambian su existencia. Los políticos que se creen que lo suyo importa, los periodistas que les hacemos el juego y los ciudadanos a los que les toca estar en una mesa electoral. En este caso, como periodista y agraciado presidente de mesa (por cuarta vez) lo constato. Hay gente (la gente que yo conozco al menos) que pensamos que cuatro veces es mucho y que hay una venganza de la clase política por tener la lengua tan larga.

Pero a lo que íbamos. La compra de ambientadores se ha convertido en el primer eje de la campaña. Los ha comprado el alcalde de Vila-real, José Benlloch, y la noticia ha tenido tantos giros como un caleidoscopio al sol. El PP filtró las facturas de 86 y 71 euros en compra de productos cosméticos en Madrid por parte del primer edil. Menos mal que mi compañera Marta Hortelano no tenía nada que investigar sobre Gürtel ese día y me ayudó a localizar los productos adquiridos: ambientadores y peras difusoras.

Benlloch ha tenido que salir al paso y desmentir que lo comprara sin ser alcalde ya que todos los medios caímos en la mentira del PP. Otra cosa es saber qué hace un alcalde comprando en Madrid ambientadores para el Ayuntamiento, la verdad. El socialista, medio en broma medio en serio, explicaba a sus compañeros en Les Corts que se compraron para enmascarar el olor de determinada persona que se pasea por la segunda planta del edificio consistorial y sus colegas le dijeron que, tras las facturas en el cajón, él había inventado las facturas de mesilla de noche.

Llegados a este punto, varias cosas. El PP ha urdido una mentira en la que todos picamos pero el alcalde tampoco es que haya quedado muy bien parado. La imagen de un alcalde en rueda de prensa acompañado de ambientadores le perseguirá como a Ana Botella el café con leche. Antes ya se había dicho que los socialistas habían pasado 8.000 euros en bocatas de sepia y birras.

Hay anécdotas que se convierten en categoría, como es el caso. Ya digo que las elecciones importan sólo a los políticos, pero el asunto de los ambientadores sitúa a la clase política en otra dimensión. Con su ética cuestionada no parece muy lógico todo este sainete y creo que hay cosas que se nos escapan. Yo, desde aquí, recomiendo los ambientadores Hacendado, que valen dos euros, por si sirve como medida de ahorro.

Sólo nos queda preguntar a Masami, la vendedora del día de autos del local de la calle Princesa. Ella, sin saberlo, es como el sastre de los trajes de Camps a pequeña escala. O habla o que se siente en un polígrafo de forma urgente.

Cambiando de tema. Esta semana me he dejado caer por varios actos de campaña en busca de negritas y anécdotas para ustedes. El problema es que los políticos siempre dicen lo mismo y si en el sitio no hay aire acondicionado acabas creyendo que estás soñando.

Dijo Alberto Fabra esta semana que le consta que la gente está enfadada con el PP por no cumplir su programa. “Me lo dicen tomando café, pero les pido que nos den tiempo”. Alejandro Font de Mora ha contado que cuando nació su hermana se enfadó porque él prefería un gatito y por ahí. Javier Moliner ha sudado la gota gorda (literalmente) y sólo la presencia de Isabel Bonig ha dado un poco de movimiento al asunto.

Bonig, más fresca que una lechuga, va mostrando desparpajo por donde pasa. Saluda a todo el mundo y se ha convertido en la revelación de la temporada porque su falta de complejos es como la llegada de las cerezas. Reinas regentes, gente aburrida y el alcalde de Castellón que siempre tiene urgencia para irse a otro acto (bajo el síndrome inauguraciones) completan la estampa.

En la política hay poca ética, pero tampoco es que en el periodismo vayamos sobrados. Fue Las Provincias el primer medio que publicó la noticia del divorcio del presidente de la Generalitat. Desde entonces, han sido varios los medios que se han sumado a la causa. La pena es que muchos hayan optado por copiar literalmente párrafos enteros del texto, sin cambiar ni una coma, haciendo gala de lo poco que les importa pasar vergüenza. Venga, un abrazo.