Que la política huele
mal es algo que ya sabíamos todos, pero la investigación Ambipur ha rebasado
las costuras de mi paciencia. En las campañas electorales sólo hay tres tipos
de personas que cambian su existencia. Los políticos que se creen que lo suyo
importa, los periodistas que les hacemos el juego y los ciudadanos a los que
les toca estar en una mesa electoral. En este caso, como periodista y agraciado
presidente de mesa (por cuarta vez) lo constato. Hay gente (la gente que yo
conozco al menos) que pensamos que cuatro veces es mucho y que hay una venganza
de la clase política por tener la lengua tan larga.
Pero a lo que íbamos.
La compra de ambientadores se ha convertido en el primer eje de la campaña. Los
ha comprado el alcalde de Vila-real, José Benlloch, y la noticia ha tenido
tantos giros como un caleidoscopio al sol. El PP filtró las facturas de 86 y 71
euros en compra de productos cosméticos en Madrid por parte del primer edil.
Menos mal que mi compañera Marta Hortelano no tenía nada que investigar sobre
Gürtel ese día y me ayudó a localizar los productos adquiridos: ambientadores y
peras difusoras.
Benlloch ha tenido que
salir al paso y desmentir que lo comprara sin ser alcalde ya que todos los
medios caímos en la mentira del PP. Otra cosa es saber qué hace un alcalde
comprando en Madrid ambientadores para el Ayuntamiento, la verdad. El
socialista, medio en broma medio en serio, explicaba a sus compañeros en Les
Corts que se compraron para enmascarar el olor de determinada persona que se
pasea por la segunda planta del edificio consistorial y sus colegas le dijeron
que, tras las facturas en el cajón, él había inventado las facturas de mesilla
de noche.
Llegados a este punto,
varias cosas. El PP ha urdido una mentira en la que todos picamos pero el
alcalde tampoco es que haya quedado muy bien parado. La imagen de un alcalde en
rueda de prensa acompañado de ambientadores le perseguirá como a Ana Botella
el café con leche. Antes ya se había dicho que los socialistas habían pasado 8.000
euros en bocatas de sepia y birras.
Hay anécdotas que se
convierten en categoría, como es el caso. Ya digo que las elecciones importan
sólo a los políticos, pero el asunto de los ambientadores sitúa a la clase
política en otra dimensión. Con su ética cuestionada no parece muy lógico todo
este sainete y creo que hay cosas que se nos escapan. Yo, desde aquí,
recomiendo los ambientadores Hacendado, que valen dos euros, por si sirve como medida
de ahorro.
Sólo nos queda
preguntar a Masami, la vendedora del día de autos del local de la calle
Princesa. Ella, sin saberlo, es como el sastre de los trajes de Camps a pequeña
escala. O habla o que se siente en un polígrafo de forma urgente.
Cambiando de tema. Esta
semana me he dejado caer por varios actos de campaña en busca de negritas y
anécdotas para ustedes. El problema es que los políticos siempre dicen lo mismo
y si en el sitio no hay aire acondicionado acabas creyendo que estás soñando.
Dijo Alberto Fabra esta
semana que le consta que la gente está enfadada con el PP por no cumplir su
programa. “Me lo dicen tomando café, pero les pido que nos den tiempo”.
Alejandro Font de Mora ha contado que cuando nació su hermana se enfadó porque
él prefería un gatito y por ahí. Javier Moliner ha sudado la gota gorda (literalmente)
y sólo la presencia de Isabel Bonig ha dado un poco de movimiento al asunto.
Bonig, más fresca que
una lechuga, va mostrando desparpajo por donde pasa. Saluda a todo el mundo y
se ha convertido en la revelación de la temporada porque su falta de complejos
es como la llegada de las cerezas. Reinas regentes, gente aburrida y el alcalde
de Castellón que siempre tiene urgencia para irse a otro acto (bajo el síndrome
inauguraciones) completan la estampa.
En la política hay poca
ética, pero tampoco es que en el periodismo vayamos sobrados. Fue Las
Provincias el primer medio que publicó la noticia del divorcio del presidente
de la Generalitat. Desde entonces, han sido varios los medios que se han sumado
a la causa. La pena es que muchos hayan optado por copiar literalmente párrafos
enteros del texto, sin cambiar ni una coma, haciendo gala de lo poco que les
importa pasar vergüenza. Venga, un abrazo.