Las cenas de verano son uno de los placeres de la
vida que te reconcilian con una realidad: sólo existe el presente. Esos días en
que te sientas a la mesa sabiendo que al día siguiente no tienes que madrugar,
en las que te permites tres cervezas en una terraza encima de un mantel de
papel.
Eso si no es una cena política. Porque en el PP
valenciano la moda de temporada no es el aclamado pantalón pitillo arremangado
hasta el tobillo, sino aprovechar la fiesta para clavar el cuchillo a todo lo
que se mueva. Exhibir músculo, ese titular tan manido pero que tan bien
escenifica los paripés. Igual que cerrar filar en torno a alguien.
La nota contraria la ha llevado Castellón donde cada
uno cena en su casa. El principal barón de la provincia, Javier Moliner, no ha
querido sumarse a la moda de las cenas. En un principio pensé que si una noche
Moliner no cenaba, tampoco le iba a pasar nada (como a mí, por cierto) pero
enseguida me sacaron del error: no se trataba de ayunar, sino de que él no
necesita reafirmarse porque el partido come de su mano.
Es decir, aunque hay críticos en el seno del PP de
Castellón ninguno se atreverá a moverse y la mayoría están en la quiniela de
desaparecer de la vida política (no se cena pero sí hay cuentas pendientes). Moliner
tiene en la recámara algunas jugadas maestras para aniquilar al enemigo, como
ya lo hizo hace un año cuando fue elegido presidente del PP de Castellón y
relegó a los que le habían intentado hacer la cama.
Más o menos lo que ha querido hacer Alberto Fabra
pero con distinto resultado (Rita y Rus no son Carlos Fabra). El partido en la
provincia del norte ha tocado a corneta y no va a permitir tonterías y han
querido trasladar que todo Castellón está al lado del presidente Fabra. O sea,
cerrar filas y exhibir músculo. Por cierto que el presidente regional dejaba
una imagen de puro verano este sábado, abanico en mano trataba de darse aire
muy agobiado en un acto de NNGG.
Moliner no sólo habla de renovación, sino que es de
los pocos que lo demuestra. Esta semana, por ejemplo, ha anunciado que en las
mesas técnicas de contratación de la Diputación estarán presentes los miembros
de la oposición. Tan seguro está de su fortaleza que hasta a los rivales les
tiende la mano.
También es cierto que el presidente de la Diputación
cuenta con los mejores expertos en comunicación. Él no se ha guiado por filias
y favores políticos: ha apostado por los mejores para que eleven su imagen y
vayan por delante en lugar de optar por el típico afiliado que no tiene ni
idea. Además, la oposición (la mitad matemática de diputados que el PP) tampoco
es que pueda hacer mucho sin Carlos Fabra delante.
En el PSPV, por ejemplo, una de las cosas más
sorprendentes que ha pasado ha sido descubrir que Colomer luce tatuajes en la
playa. Ahora mismo están los socialistas abordando reuniones comarcales,
después de aprobarse en el último congreso el dar un papel primordial a esta
estructura.
En las pasadas elecciones hubo varios municipios en
los que el PSPV no pudo siquiera
presentarse por falta de afiliados y, a mediados de legislatura, no parece que
la cosa tenga pinta de reconducirse.
La noticia más destacada esta semana ha sido la
ruptura del pacto de gobierno entre PSPV y Compromís en Moncofa. Era la típica
crónica de una muerte anunciada ya que la tensión se arrastraba desde hacía
meses hasta que ha explotado y, según apunta, puede que no sea el último pacto en
romperse.
Mientras tanto, en Castellón preocupa más el último
decreto sobre la reforma energética que los papeles de Bárcenas. El ministro
Soria acabará siendo persona non grata porque no para de torpedear a uno de los
sectores más importantes de la Comunitat Valenciana, el sector azulejero.
Ahora, tras subir el precio del gas natural ha decidido eliminar las primas a
la cogeneración, lo que puede suponer la ruina para un sector que nunca ha
necesitado de nadie para seguir luchando.
Durante décadas España ha ido perdiendo su industria
en favor del turismo y la construcción y la nueva norma no es un paso más hacia
ese abismo. Todas estas decisiones acabarán por animar a la deslocalización de
la industria y España dejará de ser la número uno en producción y exportación
cerámica. Al final, la Preysler acabará por regresar a Asia. Yo aviso.
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