Castellón sigue su
conquista. Esto es una cosa que pone nervioso a más de uno, pero nunca la
provincia había tenido tanto político en la cúspide. En la última sacudida (ya
van mil) del PP en la Comunitat, Alberto Fabra ha apostado por un recambio en
el páncreas del partido. Y es Isabel Bonig.
Bonig es la generala. A
ella le gusta ser apodada Isabel la Católica o la Thatcher valenciana, pero en
realidad, que uno se ponga su propio mote no tiene gracia. Es como si yo digo
que soy el Hugh Jackman de la Plana. No cuela: ni tengo sus abdominales ni ella
es la líder del Partido Conservador.
Me remonto. Isabel
Bonig era una afiliada de base del PP de uno de los pueblos donde el socialismo
arrasaba siempre y donde el electorado siempre ha sido proclive a votar a
Esquerra Unida. Bonig se metió en el bolsillo a Carlos Fabra y se apostó por
ella, que en realidad no era nadie, para encabezar un cartel electoral.
Era la campaña
electoral de 2007 y, por cosas del destino, tuve que entrevistarla como
candidata. Su discurso de entonces era el mismo de ahora: se calificaba
orgullosa de ser de derechas, se definió como hincha del PP, pese a que su familia
era de izquierdas, y disparó a su contrincante con tanto acierto que le ganó la
mayoría absoluta y la sensación arrolladora del aire fresco.
Hasta entonces se había
estado preparando las oposiciones para ser jueza, pero se encallaba en los
exámenes y se inclinó por la política. Para ello se contrató a una agencia de
comunicación que preparó varias jugadas maestras. Tras su apabullante éxito la
agencia creyó que tenían parte del mérito, pero fracasaron con otros candidatos
posteriores porque el efecto Bonig era no parecer una política.
Su amor por el
liberalismo (estaba muy leída) y por la figura de Thatcher la llevó a
privatizar el servicio de limpieza de basuras. En la Vall d’Uixó, hasta su
llegada, los basureros eran funcionarios y durante años de gobierno socialista
había una red clientelar de empresas públicas para todo. Le costó una huelga y
no sólo acabó ganando, sino que se cargó a los concejales que no estaban a la
altura.
En pocos meses supo
hacer valer su mandato: ella no le debía nada a nadie y se lo dejó claro a
Carlos Fabra por lo que no tenía que seguirle el juego. Eso le valió más tarde
la recompensa de Javier Moliner ya que fue de las únicas que le plantó cara.
Bonig sí se parece en
algo a la reina de Castilla: tiene ambición y las ideas claras. La reina
Católica aprovechó la debilidad de su hermano Enrique para ganarse el cariño
del pueblo y la legitimidad del reinado frente a Juana la Beltraneja, auténtica
sucesora al trono. Isabel I fue abrazada por un pueblo harto de memeces, hambre
y desmanes de los monarcas y acabó conquistando el reino nazarí de Granada a
costa, incluso, de los intereses de su marido y su reino, Fernando de Aragón.
Y en realidad, los
partidos siguen funcionando como cortes de la Edad Media, así que ojito. La
generala está esmaltada de sonrisas, abrazos y don de gentes y ha conseguido
que los principales valores del PP, los de hace mil años y los de ahora, le den
el visto bueno. La comida en la que salió reforzada recuerda mucho a los
acuerdos de Guisando, no digo más. Todo el mundo queda avisado.
Porque Isabel Bonig va
a ganar la partida, como se adivina después de que en dos legislaturas haya
pasado de ser una afiliada más a secretaria general. Si en 2015 el PP revalida
la mayoría absoluta, ella tendrá gran parte del mérito y la puerta de Madrid se
abrirá. Si pierden, asumirá la derrota pero peleará por el mando.
Bonig sabe que las
grandes mujeres de la historia, desde Thatcher a Isabel de Castilla, pasando
por Marie Curie tuvieron algo en común: todos las infravaloraban y esa fue la
clave de su éxito.
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