Carlos Fabra consiguió
durante años que su nombre fuera una marca. Como Chanel, como Coca-cola. Su
nombre era sinónimo de poder, de conseguir cosas, de aplauso, de victorias
electorales y de manden firmes. Intervenía en la política autonómica y en la
nacional desde una provincia con poco peso territorial pero con mucho acierto. Mientras
lo hacía se enriquecía de forma ilícita defraudando a Hacienda.
No es que Fabra tuviera
poder, el poder era él. Ahora, tras la sentencia del Supremo, engrosa la lista
de líderes caídos y su día más negro coincide en el tiempo con el aniversario
de la muerte de Carmina Ordóñez y de Amy Winehouse, cosas del destino. Los tres
han vivido con exceso la vida y casi que han firmado su propio obituario.
Carmina a base de portadas del Hola!, Amy maldecida por la tragedia de las
leyendas muertas a los 27 tras cosas memorables como el ‘Back to black’ y don
Carlos por sus trapicheos. Ahora Fabra exculpará ahora los pecados en la cárcel
con la triste sensación del ‘game over’.
Porque los once años de
litigio judicial han sido como una partida de videojuego. El hombre más
poderoso de Castellón, parlanchín, vividor y cercano. Populismo dentro del PP y
toda una provincia en su mano le sirvieron para gobernar durante 15 años
Castellón, conseguir que hasta Rajoy dijera que era un tipo honrado, cuando Rajoy
necesitaba apoyos acosado por Esperanza Aguirre.
Un total de 22 años de
líder del PP, varios premios de Lotería y un aeropuerto todavía sin aviones son
su legado, la justicia le ha cortado las alas cuando ya volaba raso desde hace
meses. Los amigos ya no están y el PP se ha separado del dueño de sus propios
designios.
A Fabra aún le quedan
fieles que se daban ayer golpes de pecho vía Facebook pero le espera la cárcel
a los 68 años por defraudar a Hacienda casi 700.000 euros. El hombre soterrado
por unas gafas de sol para tapar su defecto ocular, el que un día todo lo tuvo,
supo de la sentencia ayer mientras hacía cola en Correos como cualquier hijo de
vecino. Los privilegios ya han pasado hace tiempo.
Fabra ingresó en
política casi por tradición familiar. Hasta entonces era un joven casado con
una elegante y rica chica de Alcoi. Fue por entonces, en los 90, cuando su vida
subió a la estratosfera del lujo, de las amistades peligrosas. Antes había
estudiado Derecho en Valencia y Sevilla, años mozos de un dirigente nacido en
1946 y que era secretario general de la Cámara de Comercio.
El que todo lo tuvo,
una mujer y cuatro hijos (tres y la popular Andrea Fabra), el que ingresaba de
3.000 en 3.000 euros en varios bancos todos los días, el que sacaba dinero con
la tarjeta en ventanilla, sin DNI y sin estar él delante (lo hacía su chófer).
El que ganaba todas las batallas electorales y dialécticas o metía en cintura a
cualquier presidente autonómico.
Fabra ingresará en la
cárcel. Ahora ya no hay más ases en la manga.