lunes, 14 de julio de 2014

Añorar el futuro


Añorar el futuro

Estamos siendo investigadas, amigas. Eso es lo yo imaginé que estaría pasando tras saltar la noticia de que Bruselas abría una investigación sobre el déficit dudoso de la Generalitat entre las jefazas del Palau. Que la bomba volvería a poner de manifiesto la errática figura pública de Fabra y que a partir de entonces se iban a suceder los despropósitos, como el apagado de Canal 9 y todos los grandes acontecimientos que crean el álbum de cromos de la historia reciente.

Alberto Fabra sigue arrastrando un espíritu de alcalde en muchos de sus actos, tantos meses después, y nadie le advierte de que ya no lo es. El presidente (y su gabinete de comunicación, claro) se empeñan en fotocopiar el pasado como esta misma semana que Fabra repartía alegremente platos de plástico llenos de paella.

Hace unos años, antes de que todo se derrumbara, había presidentes autonómicos (algunos) que jugaban a hacerse fotos temáticas: Esperanza Aguirre se vestía de chulapa y la gente peregrinaba a sus brazos o el propio Camps se dejaba llevar por el costumbrismo. Los alcaldes seguían el ejemplo en la distancia corta y Fabra era un alumno disciplinado en el ritual.

Pero ahora todo ha cambiado y el jefe del Consell se enfrenta a la peor época de nuestra autonomía, con una imagen distorsionada en la que no tienen cabida las tonterías. Enfrente estamos los periodistas, que pertenecemos a la generación de los cronistas asombrados que tecleamos la realidad cotidiana. Pero el reflejo cóncavo que ofrecemos no hace variar ni un milímetro la comunicación del Consell.

Menos mal que la vida siempre sigue adelante. A comienzos de semana la realidad era otra y el PSPV de la provincia ofrecía una de las primeras propuestas resultonas: que se creara un instituto en Castellón para investigar la dieta mediterránea. Colomer aseguraba inspirarse en la “inteligencia colectiva” desatada por Ferran Adrià en su día entre los fogones.

Se le olvidaba a Colomer de que los últimos acontecimientos sobre la Ciudad de las Lenguas (su paralización) habían llevado al alcalde de Castellón, Alfonso Bataller, a asegurar que el proyecto, además de enseñar idiomas, podía servir para enseñar a los turistas a hacer tortilla de patatas o lo que fuera.

Antes, hace sólo tres años, Moliner dijo que Castellón iba a convertirse en un referente del turismo de la tercera edad. Pero aún seguimos esperando. Entre líneas se llegó a decir que grandes clínicas destinadas a la salud (a adelgazar, o sea) se habían fijado en Castellón como antes lo hicieron con Marbella.

La propuesta sonó a ocurrencia, a algún socialista fan de Master Chef que se levantó con la idea entre ceja y ceja. Pero en realidad la historia reciente de Castellón está cimentada sobre ocurrencias. Es lo que ha pasado con el aeropuerto, con Mundo Ilusión, con el Tram. Generación asombrada.

Moliner, por su parte, prepara sus vacaciones (especulación) porque esta semana estaba en una conocida franquicia de ropa deportiva, concretamente en el pasillo de pesca y caza, haciendo acopio. La pesca es una práctica en el que no se suda y que requiere paciencia y tiene la maravillosa recompensa de poder acabar dándote un festival de pescado a la brasa, fuente de omega 3. Ya se sabe que Moliner es mucho de arrimar el ascua a su sardina.

Es verano y la actualidad decae como una siesta lánguida, los periódicos se desnudan de hojas con la llegada de agosto y la crónica social, el estado de las playas y los reportajes sudorosos marcan el declive. Sólo el Tribunal Supremo nos dio un chute de adrenalina con la anulación del Tram, otro sueño de Alberto Fabra.

Conectar la capital de la Plana con un tranvía es algo que se persigue desde principios de la década pasada y todavía no se ha conseguido completar una línea entera. Pero nada frena la expectativa. El Tram (un trolebús) ha consumido 80 millones sólo en proyectos y calles adaptadas que habrían servido para que cada Castellón fuera la ciudad de España con más autobuses gratuitos.

No se renuncia al sueño de volver a ser lo que fuimos, a volver a ser la tierra prometida, el sueño de una noche de verano. A lo gigante, al oropel. Es la añoranza del futuro, cuando olvidemos y ya nada nos asombre.
Artículo publicado en Las Provincias 14 de julio 2014

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