Añorar
el futuro
Estamos siendo
investigadas, amigas. Eso es lo yo imaginé que estaría pasando tras saltar la
noticia de que Bruselas abría una investigación sobre el déficit dudoso de la
Generalitat entre las jefazas del Palau. Que la bomba volvería a poner de
manifiesto la errática figura pública de Fabra y que a partir de entonces se
iban a suceder los despropósitos, como el apagado de Canal 9 y todos los
grandes acontecimientos que crean el álbum de cromos de la historia reciente.
Alberto Fabra sigue arrastrando
un espíritu de alcalde en muchos de sus actos, tantos meses después, y nadie le
advierte de que ya no lo es. El presidente (y su gabinete de comunicación,
claro) se empeñan en fotocopiar el pasado como esta misma semana que Fabra
repartía alegremente platos de plástico llenos de paella.
Hace unos años, antes
de que todo se derrumbara, había presidentes autonómicos (algunos) que jugaban
a hacerse fotos temáticas: Esperanza Aguirre se vestía de chulapa y la gente
peregrinaba a sus brazos o el propio Camps se dejaba llevar por el
costumbrismo. Los alcaldes seguían el ejemplo en la distancia corta y Fabra era
un alumno disciplinado en el ritual.
Pero ahora todo ha
cambiado y el jefe del Consell se enfrenta a la peor época de nuestra
autonomía, con una imagen distorsionada en la que no tienen cabida las
tonterías. Enfrente estamos los periodistas, que pertenecemos a la generación
de los cronistas asombrados que tecleamos la realidad cotidiana. Pero el
reflejo cóncavo que ofrecemos no hace variar ni un milímetro la comunicación
del Consell.
Menos mal que la vida
siempre sigue adelante. A comienzos de semana la realidad era otra y el PSPV de
la provincia ofrecía una de las primeras propuestas resultonas: que se creara
un instituto en Castellón para investigar la dieta mediterránea. Colomer
aseguraba inspirarse en la “inteligencia colectiva” desatada por Ferran Adrià
en su día entre los fogones.
Se le olvidaba a
Colomer de que los últimos acontecimientos sobre la Ciudad de las Lenguas (su
paralización) habían llevado al alcalde de Castellón, Alfonso Bataller, a
asegurar que el proyecto, además de enseñar idiomas, podía servir para enseñar
a los turistas a hacer tortilla de patatas o lo que fuera.
Antes, hace sólo tres
años, Moliner dijo que Castellón iba a convertirse en un referente del turismo
de la tercera edad. Pero aún seguimos esperando. Entre líneas se llegó a decir
que grandes clínicas destinadas a la salud (a adelgazar, o sea) se habían
fijado en Castellón como antes lo hicieron con Marbella.
La propuesta sonó a
ocurrencia, a algún socialista fan de Master Chef que se levantó con la idea
entre ceja y ceja. Pero en realidad la historia reciente de Castellón está
cimentada sobre ocurrencias. Es lo que ha pasado con el aeropuerto, con Mundo
Ilusión, con el Tram. Generación asombrada.
Moliner, por su parte,
prepara sus vacaciones (especulación) porque esta semana estaba en una conocida
franquicia de ropa deportiva, concretamente en el pasillo de pesca y caza,
haciendo acopio. La pesca es una práctica en el que no se suda y que requiere
paciencia y tiene la maravillosa recompensa de poder acabar dándote un festival
de pescado a la brasa, fuente de omega 3. Ya se sabe que Moliner es mucho de
arrimar el ascua a su sardina.
Es verano y la
actualidad decae como una siesta lánguida, los periódicos se desnudan de hojas
con la llegada de agosto y la crónica social, el estado de las playas y los
reportajes sudorosos marcan el declive. Sólo el Tribunal Supremo nos dio un
chute de adrenalina con la anulación del Tram, otro sueño de Alberto Fabra.
Conectar la capital de
la Plana con un tranvía es algo que se persigue desde principios de la década
pasada y todavía no se ha conseguido completar una línea entera. Pero nada
frena la expectativa. El Tram (un trolebús) ha consumido 80 millones sólo en
proyectos y calles adaptadas que habrían servido para que cada Castellón fuera
la ciudad de España con más autobuses gratuitos.
No se renuncia al sueño
de volver a ser lo que fuimos, a volver a ser la tierra prometida, el sueño de
una noche de verano. A lo gigante, al oropel. Es la añoranza del futuro, cuando
olvidemos y ya nada nos asombre.
Artículo publicado en Las Provincias 14 de julio 2014
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