Llegará un momento en
que el periodismo de corrupción sea un género. Yo por las noches, sin ir más
lejos, ya no cuento ovejas sino que enumero trincantes con el consecuente
desvelo. El corrupto es casi igual en todas partes y se extiende como una
mancha de aceite con residuos de croquetas, pero además en nuestra Comunitat
arrastra siempre un halo luminoso de cutrez.
Cuando Mario Puzo
escribió El Padrino (y Copola lo llevó al cine) nos quedamos fascinados con la
elegancia y los códigos de la mafia. Eran como un ejército romano que
respondían a sus propios valores y las cloacas eran su patria. Italia siempre
vende su marca (miren a su Selección). Ya más tarde la HBO nos descubrió algo
más real, Los Soprano, donde los capos combinaban un chándal con una cadena de
oro, comían con la boca abierta y se daban al lujo simbolizado en el mármol y
las gafas de sol estratosféricas.
Nuestros corruptos, sin
darse cuenta, acaban siendo caricaturas de ellos mismos y un camino intermedio
entre Tony Soprano e Isabel Pantoja. Da igual que lleven gafas de sol por un
defecto visual, una melena rubia al viento o un Casio de plástico. Ninguno se
parece a Al Pacino.
Una cosa lleva a la
otra y Carlos Fabra se ha sentado de nuevo en un banquillo. Esta vez como
testigo por la investigación en torno a la financiación ilegal del que fuera su
partido. Fabra dijo ante el juez lo mismo que ha dicho en varias ocasiones: a
él que le registren. Ya contó en su día que Gürtel había pinchado en Castellón.
También dijo que Bárcenas era un sinvergüenza (y luego pidió disculpas). Es lo
que tiene la vehemencia, que pisas callos y a veces, sin darte cuenta, te
autolesionas.
Fabra apareció ante el
TSJ veloz porque ya tiene experiencia en paseíllos judiciales y se marchó sin decir
ni mú, subió al coche que le esperaba y bajó la visera del vehículo en una
mañana nublada. Detrás dejaba la expectativa de un titular, una mueca o una
verborrea contra quien fuera.
No estaba para bromas
Don Carlos. En dos días el Supremo revisa su sentencia de cuatro años de cárcel
y lo hace con el yugo de la Fiscalía que pide duplicar la pena y exige que se
elimine el atenuante de los retrasos en el juicio y, en pocas palabras,
recuerda que los retrasos los provocó él mismo con tanto recurso.
El Supremo, se calcula,
tendrá lista la sentencia en agosto pero muchos juristas creen que el tema
quedará en tablas. A Fabra se le condena por cuatro delitos fiscales (un año de
pena por cada año defraudado) y se suele ser benevolente con estas causas, me
aseguran. Luego recurrirá al Constitucional y luego, con toda probabilidad,
Fabra será ya muy mayor como para pisar la trena (esto es ya un suponer mío). A
saber.
Detrás de Fabra los
informes de Hacienda también apuntan a Francisco Martínez (alias Paco Placa) por
pagar a la trama de Gürtel por actos de campaña.
En Castellón llega un
momento que siempre pasa nada y que todo es lo mismo. El tema estrella ha sido
que la empresa del Castor haya anunciado abandonar el proyecto. En realidad el
negocio ya estaba hecho porque el Gobierno central le garantizó un pastizal en
caso de renuncia, al margen de las circunstancias.
Con media provincia en
contra y con infinitas evidencias de que sus maniobras generan terremotos han
optado por coger el dinero y hacer luz de gas. Habrá quien piense que no es
corrupción, pero es tener la cara más dura que un conglomerado de caliza sólo
comparable a la cara que se nos queda al resto.
Muy rápido: Javier
Moliner ha cumplido su tercer año de mandato al frente de la Diputación y lo ha
celebrado anunciando un pleno sobre el estado de la provincia. Fue el único
alivio en un debate absurdo (por ser suave) sobre el modelo de Estado que
elevaron Compromís y PSPV a las Aulas.
Menos mal que hay seres
humanos buenos. Incluso algunos que sin ser bondadosos nos reconcilian con el mundo.
Gente que se marcha callada, como Ana María Matute, dejando un legado
estremecedor de cuentos y ganas de más. Ojalá la ingenuidad no nos dejara salir
nunca de la infancia y todo fuera un invento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario