Hablando de todo un poco, Castellón siempre ha sido
como el último de la fila (literalmente, no musicalmente). Como los agravios
que últimamente vienen de la hirsuta mano de Cospedal a la Comunitat pero en
modo casero. Todos los complejos se deben a dos cosas: la percepción superior
del resto (elemento exógeno) y la propia visión de uno mismo (elemento
interno).
En la provincia se cumplen los dos: no tenemos
inversiones, ni grandes proyectos en épocas de bonanza, ni menos en periodo de
vacas flacas.
Si hay un elemento que pueda explicar la capacidad
de penetrar de Carlos Fabra entre el electorado fue sin duda el hecho de que
llevó la bandera de Castellón y la plantó en los morros de quien fuera. Una
estrategia que Alberto Fabra llevó hasta hace poco como emblema pero los 60
kilómetros que separan Valencia de Castellón se agrandan por momentos.
Otra reflexión: si el PP en la Comunitat ha ido
colgándose medallas a modo de triunfo en las urnas en los últimos años ha sido
por saber asumir el sentimiento valenciano. Eso tan inefable que son las señas
de identidad. Y no hablo de RTTV ni al tijeretazo en el himno (o no sólo eso).
Me refiero a que algo grave debe estar pasando en el Palau de la Generalitat
para que se acumulen errores de bulto tan grandes en tan poco tiempo.
Me refiero al monumental cabreo que tiene el sector
de las gaiatas en Castellón después de que Les Corts aprobara una rebaja del
IVA pero sólo para Fallas y Fogueres. L’esclat de llum sense foc ni fum siempre
ha sido la hermana pobre de las fiestas de la Comunitat y en ello sigue. No
cabe duda que el Consell rectificará pero, ¿era necesario el agravio?
Estos ojos que un día se comerá la tierra todavía
recuerdan cuando el entonces alcalde de la capital inauguró lo que en Castellón
enseguida empezó a llamarse el efecto disfraz. Alberto Fabra rompía todos los
moldes asistiendo a la Ofrena a la Lledonera vestido de setí, el traje típico
de Castellón, mucho antes de que Esperanza Aguirre se vistiera de chulapa en
campaña electoral.
Fabra no se perdía ni una presentación de gaiata y
le cogió al gusto al ‘donde fueres, haz lo que vieres’ porque acudía a Castalia
vestido con el equipaje del Castellón y se dejaba fotografiar en traje de baño
por una buena causa. Eran otros tiempos, vale. Entonces Fabra publicó una
biografía (que guardo como oro en paño) y escribía un blog personal con
reflexiones al nivel Isabel Preysler (recuerdo la entrada en la que explicaba
lo bonito que era ver llover en Castellón, y así).
Ahora la afición albinegra tira pestes de Fabra por
no haber mostrado ni un guiño cuando ha estado a punto de desaparecer el
histórico club mientras el Consell apoyaba al Valencia, la falta de amparo al
parany (pese a hacerse mil fotos con los cazadores en campaña) y la gaiata ha
venido ha colmar el vaso del desamor.
Y lo peor es que cualquier concejal de pueblo no
acumularía tantas erradas de tiro en tan poco tiempo. Fue Joan Ignasi Pla
(pobre) quien se disculpó ante los medios por no poder quedarse “a la cremà de
les gaiates”. Desde entonces, no se recuerda tanta ausencia de cariño de un
político a la provincia. La incredulidad es tan grande que el ‘món de la festa’
quiere pensar que es cosa de los asesores del presidente.
Es como si Rita Barberá se hiciera ministra y no
defendiera las Fallas, para que me entiendan. Hay dos lenguajes distintos: el
de Valencia, y el de Castellón y lo curioso es que sigue siendo esta provincia
la más leal al presidente en apoyos políticos. La Diputación aprobaba por
unanimidad prohibir el fraking (ya bastante ha habido con el Castor) para que
el pleno de Les Corts no lo apoye y yo me pregunto ¿para qué están los
diputados del PP castellonense a parte de para enviar mensajes para que todos
los afiliados voten en encuestas de medios de comunicación?
Ni siquiera la movida de las listas electorales del
PP (que ya se escucha por los rincones) podría generar tanta grieta. Los 60
kilómetros que separan las provincias son como las cinco farolas de Concha
Piquer, una distancia eterna. Como de aquí a la luna.
Artículo publicado en Las Provincias, 18 noviembre 2013
Artículo publicado en Las Provincias, 18 noviembre 2013
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