Detecto que cada vez
más gente quiere meter cuchara en esta sección. Me explico: son muchos los que
a lo largo de la semana me van insinuando temas, susurrando acontecimientos y
enviando mensajes al móvil para que cuente lo que pasa. Y lo que yo digo: que cada
uno se monte su columna que yo voy a mi bola, como Carlos Fabra.
La gente es que opina
de todo y con una educación exquisita te hace saber por dónde tienes que tirar
tus opiniones. Eso no va conmigo, yo sólo recibo órdenes de mi terapeuta (y ni
eso). Lo digo por todos los que me han dicho que no vuelva a escribir de Carlos
Fabra, lo hago a modo de aviso: ya pueden dejar de leer.
Fabra se despidió como
una folclórica indignada esta semana advirtiendo que no sabe si quiera si va a
seguir votando al PP. Esto yo lo traduzco en que su hija (Andrea) o su pareja
(Esther Pallardó) tienen los días contados dentro del partido, porque parece
feo que uno no vote a su partido después de estar media vida en él, pero si en
las listas va tu hija, parece más feo todavía.
Con Fabra se nos marcha
la portada fácil, el chiste recurrente, la fábrica de titulares y la actualidad
galopante (tirando de tópicos). Parecía que no se acababa nunca, pero sí. Se
marcha en vísperas de la Lotería y con el aeropuerto en dique seco, su campo de
golf endeudado y el Hospital Provincial a punto de privatizarse.
El final de Fabra ha
sido como el ‘Los Soprano’, desconcertante. No iba a admitir preguntas, luego
sí, dijo lo que quiso (no sé si votaré al PP y no conozco a Javier Moliner) y
se piró en medio de la rueda de prensa. Los medios nos quedamos sin saber
reaccionar y a mí me costó cinco minutos acordarme de Twitter.
A diferencia de otros
años, cuando se integraba en la foto navideña de la Cámara, se apartó y en
pocos minutos se marchó con la bomba que había lanzado resonando en las redes
sociales y los digitales. El año pasado se despidió con guasa: “les desearía
suerte en la Lotería, pero ya saben que siempre me toca a mí”. Este año, ni mu.
De antemano sabíamos
que Javier Moliner (alias El Desconocido) no iba a contestar porque nunca ha
entrado al quite. Sí lo hizo Alberto Fabra, por aquello del sentido común y
bla, bla, bla. Pero poco más.
Todas las familias
felices se parecen entre sí, como empezaba Ana Karenina. Fabra ha sido como el
familiar que revienta la Nochebuena sacando un trapo sucio y atragantando el
turrón a toda la mesa con su portazo furibundo. La crisis se ha apagado con
indiferencia, “total, ya no es nadie”, me decían desde dentro del partido,
“pero sentó como un tiro”.
Como creo bastante en
la ciencia, yo apostaría por un polígrafo para Fabra (alias El Desconocedor) y
luego que fueran desfilando sus enemigos íntimos: Vicente Vilar, Colomer y
Javier Moliner para comprobar qué hay de verdad en tanto cruce de
declaraciones. No caerá esa breva.
Preguntar qué hay de
cierto en los rumores de que quería fundar su propio partido o un club de
opinión (como Paloma Segrelles pero con dos cejas) para influir en el devenir
de la vida política provincial. Porque pensamos que de Fabra lo sabemos casi
todo, pero siempre hay preguntas.
Él dijo que ahora se
dedicaría a sus negocios privados, con sus hijos. ¿Nos puede decir en qué
consisten esos negocios? “Pues no, porque me ‘semaràn’ la idea, como los
melones”. También se ha publicado que Fabra se embolsará casi 100.000 euros de
finiquito por irse de la Cámara, lo que le ayudará a pagar los más de 1,2
millones de euros que debe a Hacienda (que somos todos, o casi).
Así asistimos al final
de una era: con la boca abierta y con los bolis tirando humo contra las
libretas. Lo hizo como el señor Scrooge de Dickens, cabreado y mandando hasta
el último segundo mientras desaparecía. Lo que no sabe es que él mismo
representa los fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras. Ya
saben: cuando escuchen una campana sonar, tal vez Fabra le haya conseguido las
alas a un ángel y luego no se acuerde de él.
Artículo publicado en Las Provincias 23/12/2013
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