Os lo prometí. Os quiero.
Siempre que uno habla de sus afectos puede incurrir
en un olvido imperdonable. A mí me pasó hace poco, cuando hablé de lo que más
echaba de menos y olvidé al G-4 de mi alma. Pero anoche, día 23, hablando con
tres cuartas partes de este grupo llegué a una conclusión: familia es la que
tienes, claro, pero también la que eliges.
Esa gente que la vida te va poniendo en el camino y
que de repente forman parte de tu columna vertebral, de tu parte más interna.
Hay amistades que son como respirar. Y eso me pasa con el G-4. Me explico: si
en Nochebuena no tuviera familia, cenaría con ellos.
Todo empezó hace ahora diez años por un concierto
que algunas aún quieren olvidar. Por entonces los cuatro (a saber: Karen
Safont, Ana Artero, Roberto Marín y yo) cubríamos la información de Vila-real
para nuestros medios. La amistad surgió detrás de los micros, las libretas,
plenos tostonazos y una gris actualidad local (bostezo). De ahí dimos el salto
a empezar a intimar y a las tres cenas, supimos que nuestras reuniones eran
vistas con suspicacia.
No les faltaba razón (a los suspicaces). No se salvó
ni uno y por el mantel de nuestras cenas pasaron todos para quedar mal
retratados. Los que hacían presión para pedir nuestras cabezas a los directores
y los que eran (y algunos lo siguen siendo) bastante hijos de puta (con
perdón). Lo que pasa es que nosotros lo éramos más.
Hace no sé cuántos veranos se produjo un cambio
vital. Al calor de la memoria despertada por la ginebra me levanté del sofá en
una de las cumbres del G-4 y me puse frente a ellos. Abrí mi corazón y canté
más que la Pantoja. Conté lo que es inconfesable porque todos tenemos un cajón
escondido, pero no en el G-4: a esas
reuniones se va a tumba abierta y lo que no cuentas, te lo acaban descubriendo
igual.
Las confesiones se enlazaron como un rosario de
confidencias y nadie durmió. Y aún seguimos, contando, conociéndonos y con la
sensación de que queremos que dure toda la vida. Porque en el G-4 ya no se
habla de los demás, sólo se habla de nosotros. Hemos tenido invitados
especiales (pocos) como nuestra madrina, querida y admirada María José, la
única política que ha venidos a las reuniones, o Olga, ese encanto de mujer.
Cada vez que nos vemos se hace corto y siempre
acabamos con la sensación de que la vida nos ha aparcado en este punto del que
no queremos movernos. Os lo debía. Feliz Navidad.
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