La primera vez que me
encontré con Calles acabé vomitando. Y tras este enigmático principio me veo en
la obligación de contextualizar ya que, vistos los antecedentes del ya
exsocialista, habrá gente que piense que nos picamos a base de chupitos de
Jägermaister, pero no.
Era otra época y Calles
era subdelegado del Gobierno. Una época llena de chorradas, claro, porque la
brillante idea del entonces jefe de la seguridad fue presentar una nueva
embarcación de la Guardia Civil y ofrecer la rueda en alta mar y sin avisar. De
ahí que los becarios de entonces acabáramos mareados por el oleaje mezclado al
olor a puerto y la rueda de prensa tuviera un triste final.
Era otros tiempos, ya
digo. Entonces Juan María Calles era un primer espada de la política entrado en
kilos y que se sacudía la caspa a base de cifras y hablar de consenso. Zapatero
gobernaba en Madrid, Calles exhibía su sectarismo con ciertos medios y el
tiempo pasaba para todos.
Luego se atrevió a dar
el salto a la candidatura a la alcaldía ante Alberto Fabra en 2007. Su campaña
fue brillante. El ‘Ciudadano Alberto’ se enfrentó a ‘Calles Sí’ con un simple
CS, como las matrículas de los coches de Castellón.
Calles recuperó a parte
del socialismo pero el entusiasmo le duró poco porque hay algo más complejo que
la física cuántica y es entender a la ejecutiva socialista de la capital de la
Plana. En ella las familias se reparten el poder, como en la Edad Media, y
todos quieren mandar. Es un retablo tan complicado que necesitarían tres
páginas de la Wikipedia.
Y después de todo,
Calles ha dejado el PSPV y se convierte en tránsfuga y en ganador del último
premio de poesía Miguel Hernández, casi nada. En su despedida el concejal más
triste de la historia cantó sus propias ‘Nanas de la Cebolla’, acusando a la
actual portavoz, Amparo Marco, de haber iniciado una campaña de desprestigio
hacia su persona.
Eso y que pidió
primarias. Olvidó Calles todas las zancadillas que puso en su día a Sofia
Fernández a la que ni siquiera le permitieron recoger avales para enfrentarse
al excandidato. También olvidó que los cubatas no se los sirvió Marco y a los
que no han querido condenar los hechos se les olvida que son unos
sinvergüenzas, sean del color político que sean.
En España hay una gran
tolerancia respecto a la corrupción incluso hacia los que juegan con la vida de
los demás. Por encima de la decencia y la ley están los partidos y las
estrategias.
Pero lo más inesperado
ha sido que el transfuguismo de Calles tras ser condenado por conducir
triplicando la tasa de alcoholemia ha despertado todos los monstruos del PSPV
de la capital. Ya digo que sería largo de contar, pero todos los enemigos del
exsocialista han apostado por no condenar su actitud y empezar al ataque contra
Amparo Marco. Antonio Lorenzo y Francisco Toledo podrían disputarle la plaza a
la portavoz.
Daniel Gozalbo, Subías
o Clara Tirado ya están jugando a la estrategia. Que no se diga. La última
reunión en 2011 para crear las listas tuvo que aplazarse dos días y el propio
Alarte tuvo que presentarse en persona para que hubiera paz. Son una familia
mal avenida donde los odios se tejen desde hace décadas. Como en Puerto
Hurraco, pero sin llegar a tanto.
Desde el secretario
general de la ejecutiva hasta los dinosaurios del socialismo. Calles se ha ido
pero la inmensa mayoría ya estaban cuando él llegó. El revanchismo, los egos y
las divisiones vislumbran una nueva guerra civil en las filas del PSPV. Ximo
Puig apuesta por ponerse de perfil, imagino, intentando mediar. Pero han
empezado los tambores de guerra.
Ya ocurría con las
monarquías absolutas, cuando los nobles y los obispos jugaban con los reyes
simplemente para gobernar ellos. La estrategia cainita se aposenta sobre
terreno abonado y al PP se le escapa la risa por debajo de la barba. Lógico.
Hasta le cedieron hueco en su agenda pública al poeta para que explicara su
decisión, lo que retrata a todo el mundo. Aquí primero se brinda y ya luego se
piensa.
Artículo publicado en Las Provincias, 7 de abril 2014
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