Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos
Las 12.00 de la mañana de hoy hace siete meses.
Suena el móvil y advierto que es la redacción. ¿Qué querrán?, pienso. Es mi
jefe, uno de ellos. – Sé que es tu día libre pero, ¿puedes venir? Refunfuño
pero enseguida reacciono. -¿Pasa algo? Me explica que sí, pero me lo tiene que
decir cara a cara. ¿Es lo peor? –Sí, contesta.
Llego y me confirma que el periódico cierra, que han
preferido que lo sepamos el 7 de enero y no el 24 de diciembre. Un detalle. Voy
a la redacción donde se está a la espera del planillo y se buscan ideas con las
que abrir el periódico. Cuando me ven saben que algo malo pasa.
Habrá que ir buscando fecha para ir a Londres. Es lo
único que digo. Suspiros, parálisis. Me han hecho prometer que no puedo decir
nada a mis compañeros hasta la tarde pero me niego a que esas personas que lo
han dado todo vivan al margen de sus destinos. Siempre bromeamos con que sería
bonito viajar todos juntos pero es imposible: siempre hay alguien en la
redacción. Cuando acabe esto, solemos decir, nos vamos a Londres.
Luego todo se sucede. Nuestra casa casi tres años
cierra. En realidad, pensamos, hemos estado con respiración asistida. Pasan dos
cosas. La avalancha de gente que nos llama, nos envía un mensaje. Directores de
otros medios (casi todos) nos dicen que hemos hecho un gran trabajo pese a no
tener recursos.
Compañeros cercanos ni siquiera se despiden. Gente
que ni nos saludaba nos da un abrazo. Jefes que nos llaman a los dos minutos de
anunciarse el despido para darnos prisa: “¿pero ese tema lo escribes, no?”.
Gente con la que hablas a diario opta por el silencio. Las mayores muestras de
cariño vienen de fuera. Todo raro.
No ha sido fácil. No ha resultado fácil cubrir toda
la actualidad: desde deportes a política, sucesos, economía, comarcas… Casi
todo en contra. No ha sido fácil pero sí satisfactorio. Ni siquiera hacer un
cuadrante de vacaciones (hasta siete horas ha llegado a costar). Hemos
conseguido exclusivas, hasta que la competencia nos cite, algo insólito. Me
sorprende la reacción: vamos a buscar los mejores temas para el último día.
Pero esto en verdad es un homenaje. Al periodismo y
a mi gente, a esa complicada relación de amigos y empleados.
A Lucía Nos que me abrazaba, me ayudaba a ajustar
planillos en los peores momentos, siempre sonreía y asumía el mando en mí
ausencia y hacía cierres maratonianos. A Aitor Tezanos, que siempre sacaba un
tema de debajo de las piedras, rápido, salvando crisis continuas, que venía a
trabajar con la clavícula rota para no descuadrar las libranzas. A Andrea
Vargas que se quedaba hasta la 1.00 preparando adelantos y trabajaba en días
libres e imponía su trabajo a su vida personal, pasara lo que pasara. A Jose
Ortuño, que sabiendo que al día siguiente estaba en el paro esperó al cierre
para tener la mejor foto de portada y contrastaba hasta las comas.
A ellos, con los que siete meses después sigo
quedando y hablando todas las semanas y pensando que se merecen lo mejor. Los
cinco seguimos teniendo la misma sensación: nunca estaremos tan bien en un
trabajo. A todos les debo una disculpa por una bronca injustificada en algún
momento y, sobre todo, les debo gran parte de lo que soy y todo lo que fuimos.
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