Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas
A ver cómo lo explico. Porque ha sido lo más raro y
fácil que he hecho en mi vida, que me ha pasado. Como esa sensación que tienes
cuando sueñas que te caes. Un choque abrupto con la realidad.
Ya no te quiero. Así de fácil y así de complicado.
Para llegar a esta conclusión que parece sencilla han tenido que pasar meses,
años. He tenido que soportar tu doble vida, conformarme con lo que no me era
suficiente, malgastar miles de horas. Hacer banquillo y apretarme botellas
enteras de ginebra en soledad, escuchar canciones tristes y ver miles de
películas. Si confieso todo, lo hago: hasta he bebido güisqui sin gustarme
porque a ti sí.
Llegar al patetismo: imaginar conversaciones, que
todo podía cambiar, motivar encuentros, aparentar normalidad ante lo insólito,
compartirte, guardarte el secreto. Humillarme sabiendo que me estaba dejando
humillar. No contar nada a nadie. Abrir los ojos y pensar en ti. Cerrar los
ojos y pensar en ti. Hacer terapia. Machacar a confidentes.
Hay una teoría que dice que el mundo se divide en
dos: los que aman y los que son amados. Yo he amado, me he quemado, me he
herido, arañado, arrastrado, sometido. Infravalorado. Te he mitificado. Tú has
amado a tu manera, lo sé, no voy a tirar de maniqueísmo.
Y hasta aquí. Me he dado cuenta hoy al abrir los
ojos. Al ver los tuyos. Me he levantado y cuando he vuelto de mear allí estabas
tú, con la sábana enrollada a los pies y una mano detrás de la nuca, en
posición de hablar. Me he puesto de espaldas y así he hablado, como sólo se
habla en las películas porque en la vida real siempre se habla de cara al
interlocutor.
No he dicho nada, en realidad. Ya estaba todo dicho
y mil veces, por cierto. Pero me he dado cuenta de que desde hace meses no me despierto
pensando en ti, ni me da pena lo que no ha sido. Un click en mi cabeza lo ha
resuelto todo. Que ya no te quiero. Ha sido lo más fácil y difícil que he hecho
hasta ahora.
Hemos vuelto al sexo, que en realidad es lo único
que se nos da bien. Atropellado, torpe y frío, silencioso. A cada embestida era
como ir guardando los adornos del árbol de Navidad en una caja, rítmico. Después
ya hemos hablado de Robert de Niro por no hablar de nosotros, hemos reído un
rato todavía.
Yo te guardaré los secretos, te guardaré a ti mucho
tiempo aún. Has doblado la cabeza antes de irte y te he dado un golpecito en el
hombre mientras encendía un pitillo. Voy a poner una lavadora y sacar pan del
congelador. Es lo único que se me ha ocurrido decir en la despedida.
La ficción se basa siempre en la realidad, en este caso no es así. O al menos no en la propia biografía.
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