Si hay algo que me guste de verdad es contar lo que
no se ve, las tripas de los actos a los que acudo. Una cosa es la crónica
oficial de los hechos y, otra, estar entre fogones bien sea en el juicio a
Carlos Fabra, en la boda de María Colonques o pisando sobre terremotos en
Vinaròs.
Durante muchos años he sostenido que en Castellón
siempre pasa nada, pero los hechos me desmienten y mi portátil y mi moleskine
me están pidiendo a gritos un día libre porque no dan abasto. Por partes.
El juicio a Fabra se ha convertido en un paseo en
barca. Como suele pasar, tras la expectación de los primeros días, ahora a las
vistas ya acudimos los de siempre, los periodistas que siempre hemos cubierto
la actualidad política en la provincia. A Fabra se le está allanado el camino
porque hasta el momento nadie recuerda nada y, los que tiran de memoria,
refuerzan su defensa.
A ello se le une que la acusación popular a veces
llama a declarar a testigos a los que luego no interroga y que el fiscal
pregunta poco. Sólo la abogada del Estado muerde un poco, demostrando a veces
cierto hartazgo de los “no recuerdo” o “no le puedo decir”. Los hay absurdos,
como una testigo que daba igual lo que le preguntaran. Ella sólo respondía “es
que yo soy asesora parlamentaria, eso no entraba en mis funciones”. A veces
parece que no recuerden ni su nombre.
De ahí que los recesos del juicio sean un filón ya
que los periodistas nos mezclamos con los imputados en el baño, en los
pasillos, en la cafetería o en el ascensor. El viernes, por ejemplo, mientras
Carlos Fabra compartía confidencias con Víctor Campos, su exmujer, Mampa,
aprovechaba para tomarse un cortado en la mesa contigua a la mía. En la otra,
Montserrat Vives con su abogado y en otra, Javier Boix y su hija.
La exmujer de Fabra está tranquila y acude todos los
días ante el juez como quien pasea por la alfombra roja. Siempre impecablemente
vestida y recién salida de la peluquería con una educación extrema y saluda a
los medios con una sonrisa y se disculpa cuando, por ejemplo, impide el paso a alguna
cámara. Las cosas se han relajado tanto que la Guardia Civil estuvo a punto de
introducir al esposado Vicente Vilar por error en la sala de prensa, que está
al lado de donde se desarrolla el juicio.
El juicio está siendo lo esperado y sólo la parte de
los delitos fiscales pueden deparar alguna sorpresa porque hasta el momento,
del tráfico de influencias y del cohecho, ni una declaración que lo atestigüe.
Del juicio a Fabra a la boda del año y con la
acreditación al cuello. El viernes la localidad de Vila-real se echó a la calle
para ver el desfile de famoseo por la alfombra roja. No era para menos, se
casaba María Colonques en una boda de cuento de hadas en la iglesia
Arciprestal. Imaginaba gente a las puertas del templo, pero no tanta. Es
curioso que actos sociales muevan a más gente que cualquier manifestación por
los recortes, por ejemplo.
La familia de Porcelanosa reservó un espacio para
los medios y estuvo atenta a todas las necesidades de los periodistas, desde
chivar modistos a nombres de invitados. La firma de azulejos no sólo es líder
mundial por su calidad y diseños, sino por cuidar los detalles hasta el
extremo.
Los medios, a las puertas de la iglesia, sabíamos
que algún famoso se aproximaba por los vítores que se escuchaban a lo lejos. La
euforia popular se desataba con gritos de ‘guapa’ a la duquesa de Alba (no
miento) y el rumor de ‘qué delgada’ al paso de Isabel Preysler y todos sus
hijos. La ceremonia era por la noche, de ahí la ausencia de tocados y la
llegada de vestidos de fiesta. Si los Globos de Oro son un anticipo de los
Oscars, lo del viernes fue un anticipo de cualquier boda real.
Invitados con vestidos escoceses, toreros, alta
sociedad mezclada con gente de Vila-real de toda la vida porque tanto los
Colonques como los Soriano nunca han dejado de tener los pies en el suelo y
manejan su imperio desde la sencillez.
El pueblo llano reclamaba a los medios que nos
fuéramos para ampliar el campo de visión y sólo lanzaban cariños a Jesús
Mariñas, que se enfrentaba al resto de medios para que nadie le tocara,
mientras el resto nos agachábamos para que los fotógrafos tuvieran el mejor
encuadre. Despedimos conexión.
Artículo publicado el 14 octubre 2013 en Las Provincias
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