Si usted es de esas personas que se mosquean con el
típico amigo que nunca lleva dinero suelto a la hora de pagar, o por que le
debe su parte de un regalo, le va a interesar este artículo. Empiezo de esta
forma tan misteriosa porque la ocasión lo merece. Porque el juicio a Carlos
Fabra está a punto de acabar y de lo escuchado esta semana sigo asombrado, o
sea.
Porque por lo relatado por los peritos de Hacienda y
por los que el propio Fabra ha contratado para defender sus cuentas da vértigo.
81 cuentas de la familia, 17.000 movimientos investigados, 9,5 millones de
euros (sí, sí, 9,5 millones) en ingresos en seis años, además 3,2 millones sin
justificar, el chófer llevando sobres a ventanillas y directores de banco, 24
créditos, gastos superiores a los 6.000 euros en casinos de Marbella…
Dicho lo cual me sorprende que a los Fabra les
preocupara que su hijo Borja no tuviera trabajo y que el propio Fabra se
declarara hace poco simpatizante de los indignados porque el vástago estaba en
paro. Me sorprende también que con ese nivelón Andrea Fabra siga cobrando el
suplemento de 1.800 euros al mes por residir fuera de Madrid (es diputada por
Castellón) pese a que vive en la capital de España, ya son ganas de dar que
hablar (y cometer una estafa, permitida, pero estafa).
Su defensa dijo que era notorio que Fabra siempre
llevaba dinero en el bolsillo. Mucho, se entiende. No las monedas sueltas que
llevamos los periodistas para sacarnos un café en la maquinita de la Audiencia.
Hace años, cuando el tema de los premios de Lotería estaban en pleno auge, uno
de sus colaboradores me dijo que no, que Fabra gastaba mucho en juego y que él
le había visto comprar todos los décimos que llevaba una lotera encima en
Segorbe.
No me sirvió de consuelo, yo por no gastar siempre
disimulo cuando llega la Navidad y el personal te insiste en comprar papeletas.
Todo esto lo cuento porque la riqueza puede ser indecente, pero ser rico no es
delito, pero sí una dolor estético y más en un cargo público. ¿Puede un señor
recibir ingresos millonarios en efectivo y a la vez gestionar la vida pública
de toda una provincia?
El asunto canta tanto que ni su abogado, Javier
Boix, sabía por donde tirar ante dos titanes como resultaron ser los
inspectores de Hacienda. Boix ya consiguió que se anularan las escuchas del
caso Naseiro, también jugó bien las cartas en el caso de los trajes de Camps,
pero en el grueso del caso Fabra ha flojeado porque, en realidad, había poco
que hacer. Sin quererlo, el letrado dio pie al titular de la última jornada de
juicio previa a las conclusiones: las operaciones de la familia Fabra son “de
manual” en el blanqueo de dinero negro, como dijo el técnico Conrado Caviró.
No hay que olvidar que la Fiscalía pide ocho años de
cárcel a Fabra por estos delitos y seis para su mujer, Desamparados Fernández.
Los otros delitos, el cohecho y el tráfico de influencias, parece que son
imposibles de demostrar. Por si acaso, las defensas ya han pedido rebajas en la
pena por atenuantes tales como lo larga que ha sido la investigación.
Cambiando de tema, por cierto, el aeropuerto tiene
goteras. Llegados a este punto creo que la solución es que venga uno de esos
programas de Divinity que se dedica a convertir chabolas en casoplones a base
de reformas. Sería una solución ante este invierno que no llega. A ver quien es
el guapo que se resiste al titular de que el aeropuerto más famoso del mundo
está inaugurado, sin aviones, pero con humedades.
Otro símbolo de la provincia es el de la estatua que
inauguraron 30 políticos. Del artista Ripollés, (lógico) cayó por rachas de viento
y ahí sigue, partida en dos en medio de una rotonda. Fue a principios de año y
los seguros no se ponen de acuerdo para volver a levantar las toneladas de
hierro que, por cierto, se dedicaba a las víctimas del terrorismo. No es mala
metáfora para digerir lo que ha pasado esta semana con la liberación de
etarras, la verdad.
Artículo publicado en Las Provincias el 28 octubre 2013
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