jueves, 9 de enero de 2014

Esperando el porvenir


Y acabó 2013, el año de la inflexión. No tengo queja (bueno, tengo muchas, pero qué importa). El año empezó con el anuncio que no queríamos escuchar. Cerraba el periódico que dirigí (o eso intentaba) en sus últimos tres años de vida como ya conté aquí mismo.

La suerte quiso que en una semana hubiera encontrado trabajo, porque la vida es así de revuelta y también quiso que en tres semanas más mi antigua casa me ofreciera una colaboración para cubrir la actualidad de la provincia. Fue el año en que Juan Carlos Ferriol me ofreció una columna de opinión y, a las dos semanas, se amplió a media página.

Ha sido uno de los grandes placeres y como creo que mi opinión no vale nada, he optado por buscar una voz cómica para no aburrir sobre temas políticos. El año en que Marta Hortelano siguió llamando, Mikel y la Rubia enviando mails y Gorka puteando.

En mi nueva etapa he aprendido varias cosas: a enfrentarme solo a la actualidad (sin Lucía, Andrea, Jose o Aitor), a vivir encadenado a un portátil y a escribir crónicas sentado en el suelo para ganar tiempo (a esto me enseñó mi hermana Rosabel Tavera a la que tanto debo). He desaprendido a titular y a buscar temas, que es una gimnasia del periodismo. He aprendido a reírme mucho con Lluis Domenech y a confesárselo todo. De los desayunos en familia porque no engordan.
 

También he aprendido lo que es estar al otro lado y el inmenso trabajo que acarrea la información institucional. Pienso dos cosas: todo el mundo debería experimentar lo que es ser autónomo y todos los periodistas pasar una temporada en un gabinete.
 

2013 ha sido el año del 112 (a Sara Fructuoso). O sea, de llamadas intempestivas y de los no viajes y las no vacaciones por el no tiempo y el no llegar a fin de mes. Y la ayuda de Sonia, Bea, Miguel, Roberto, Karen o Ana. Y de la boda de María y Carlos. Y del embarazo real. De la presencia de Mali y Men.

 

El año que ya ha acabado ha sido el año de descubrir el gimnasio (y a Divi, Carmen Mari, Amable…), el año de la terapia y hasta de la depilación láser (no en este orden). Ha habido momentos tristes y de corazón roto, como ya conté aquí convirtiendo esta entrada en la más visitada del año.

Pero fue el año de la amistad, las eternas, las nuevas, los amores contrariados, de la familia. De mis hermanos Nando e Isa, de mis padres, de los domingos juntos. En todas las vidas hay una cuota de dolor, claro. Pero cuando uno puede explicarlo, es que no está sufriendo lo bastante. Yo lo cuento y, por tanto, nada grave.
 

El amor de mi gente, mi familia, la sonrisa de Hugo y Lucía, el cariño inmenso de los compañeros y amigos han podido con todo, con la soledad elegida, con la impuesta. Con todo lo malo, repetiría.

Mientras, seguiré esperando el porvenir y algún gintonic
 

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