Ya es mala pata que un
jubileta como Carlos Fabra acabe salpicado por una corrida, en este caso, de
toros. Porque el expresidente de casi todo tenía planeada una jubilación dorada
pero la Justicia ha decidido impedirle el descanso. Los pensionistas ocupan su
tiempo visitando obras, pero Fabra lo hace visitando el juzgado, que tiene más
emoción que un autobús del Imserso rumbo a Benidorm.
Escuchaba el otro día
decir que la gente mayor va perdiendo la capacidad de tener placer. Es decir,
tal y como avanzamos en la vida perdemos la capacidad de disfrutar de la
comida, el sexo y esas cosas. En la ancianidad, se sobrevive, aunque este no
sea el caso. Carlos Fabra ha vivido abrazado al cariño en forma de votos y
ahora la vuelta al ruedo la hará en forma de paseíllo ante el juez, como la
Infanta.
Fabra ha disfrutado de
la vida, de su gusto por conocer casinos y viajar por toda España para ver
actos taurinos: de Andalucía a Nimes, pasando por Vall d’Alba. La buena vida,
la buena comida, la buena bebida y el consuelo de mujeres guapas han ido
acompañando al antes todopoderoso patriarca castellonense.
Ahora, parte de su
tiempo libre lo deberá pasar ante un juez, volviendo a dar explicaciones, que
es una cosa bastante cansina y me juego algo a que todavía guarda un golpe de
efecto acudiendo a la llegada del primer avión al aeropuerto. Eso sí será una
estocada.
El embrollo llega ahora
de la corrida de la Beneficencia. Un acto taurino solidario que sonaba raro
desde el principio. Como esas galas altruistas en las que las señoras acuden
adosadas a un abrigo de visón o el paripé ese del rastrillo de Nuevo Futuro
donde, más que ayudar al pobre, se pretende pasar una buena tarde y saludar a
doña Pi (hermana del Rey).
Para ello la Diputación
enviaba entradas por lotes a los ayuntamientos, quienes fueran o no tenían que
acoquinar con los pases. Y si no se pagaba, se les restaba de donde fuera: de
los gastos sociales o de una infraestructura. Lo que trasciende, más que una
prevaricación, es la sensación de que se hacía con el dinero lo que les daba la
gana y las cuentas de la Diputación eran como un ábaco de caprichos.
El personaje secundario
es el eterno Francisco Martínez, alias Paco Placa, al que la mala suerte le
muerde el bigote de nuevo. Martínez ha pasado de hombre de Fabra a hombre de
Moliner en cuestión de un congreso y, en una semana, a hombre sin sombra.
Ya el presidente del
PP, Javier Moliner, conocía el asunto del caso corrida y estuvo esperando a que
Placa metiera un poco la pata para retirarle la confianza y los honores. Eso es
evidente. Y encima, el final de la semana llegó con José Císcar, el vigilante
de la cosa, para decir que, si por él fuera, Martínez estaría en casa.
Porque Martínez es
vicesecretario del Comité Ejecutivo del PP de Castellón encargado de la zona
centro. Pero su imputación es por un hecho “administrativo”, como ya ocurrió en
su día con el alcalde de Castellón, Alfonso de la Plana, aunque por si acaso el
primer edil Bataller cedió los trastos a Begoña Carrasco. Por el momento Martínez
está indultado como algunos toros aguantando banderillas en forma de titular.
Cambiando de tercio,
esta semana se organizó la cumbre de alcaldes. El acto reunió a casi todos y
acabó en espantada del PSPV. Mientras el líder de Compromís (Nomdedéu de Twitter)
no para de colar goles y conseguir, incluso, que se frene la privatización de
parte del Provincial, el PSPV sigue a lo suyo.
Los alcaldes optaron
por levantarse y conseguir una foto. Pero no todos. La de Les Alqueries, la
incombustible Consuelo Sanz, hizo como si no les viera y se quedó sentadita. La
primera edil, peluquera de profesión y muy vehemente, ha ido ganando batallas a
lo largo de los años escudada con un secador en una mano y en la otra un arrojo
inefable. Fue la protagonista de un enfrentamiento con el cura del pueblo y le
ganó la batalla después de que el párroco peregrina por las redacciones vestido
con sotana y una querella, dividiendo a medio pueblo.
Los socialistas eran
pocos y no estuvieron unidos, mientras Nomdedéu, a la chita callando, va
logrando ‘scoops’. Una mala faena la tiene cualquiera, aunque sí es cierto que
Colomer y compañía animaron el día como si no hubiera suficiente tensión en la
sala. Pues eso.
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