Disfrutemos mientras podamos compañeros
El verano se extiende
como una mancha de alquitrán hirviendo. Un mazacote pegajoso que tapa titulares
y la actualidad queda inamovible bajo un cemento de vacaciones y teléfonos
apagados. Es lo que tiene trabajar en agosto, ese mes en que hasta los corruptos
descansan.
En realidad agosto es
el mes de la génesis para los titulares que luego nacerán a lo largo del año y
se irán destapando a golpe de investigación judicial. Agosto fue el mes en que
Urdangarín conoció a Matas, por poner un ejemplo. Con media Comunitat
descansando (y la otra, también), para escribir una columna sólo queda una
opción: aparcar el portátil y coger una colchoneta.
Este verano en
Castellón la actualidad se ha focalizado en uno de los locales más míticos de
Benicàssim. El hotel Voramar, una villa histórica asentada sobre la arena de la
playa, ha venido a ser el punto neurálgico de la realidad y una concentración
de negritas. Peñíscola es la verdadera joya del turismo, pero el poder se
concentra en Benicàssim que aterriza una vez se ha despejado la ciudad de
‘fibers’.
El empresariado y los
políticos siguen apostando por Benicàssim y la urbanización Platgetes de
Oropesa. Poco más. El relevo generacional no cuenta. Los días se suceden e
igual un imputado se lleva a toda la familia a Acuarama.
El Voramar se construyó
hace dos siglos pero no fue hasta 1930 cuando un grupo selecto de turistas
consideró que era idóneo para convertirse en un club social. Esta villa es la
punta del iceberg del colorín local y se aposenta iluminada con farolas barrocas
que parecen extrañas algas. Hasta Hemingway se dejaba caer por allí y sólo
durante la Guerra Civil detuvo su acelerada vida social para convertirse en
hospital de los caídos en la batalla de Teruel.
Tal vez anestesiado por
este verano con sabor a pistacho, en mi imaginación llegué a creer que Lauren
Bacall y Bogart se habían tomado un bloody mary en su terraza, pero los
camareros me sacaron del espejismo: ni eso ni nada por el estilo consta en
acta.
A falta de noticias, el
Voramar viene bien. Por allí han ido desfilando los poderes públicos. Si todos
los planetas giran alrededor del sol, todos los populares lo hacen en torno a
Alberto Fabra, cuya residencia vacacional está en Benicàssim.
De ahí que no sea raro
encontrarse un coche oficial en la puerta del mítico hotel con un impertérrito
chófer con gafas de sol, traje y sudando gotas de agua por el tubo de escape.
Dentro puede encontrase uno a cualquiera o a González Pons desayunando, a la
espera de reunirse con Fabra.
Más ejemplos. Vicente
Rambla y Manuel Cervera coincidían en Benicàssim el sábado por la mañana y,
aunque estaban en mesas cercanas, ni se saludaron. Los dos iban con el uniforme
de político de verano. Mis compañeros Roberto Marín y Laura Muñoz me tienen al
tanto de las costumbres gastronómicas de las altas esferas y cazan negritas que
me sirven vía Whatsapp. Ayer mismo Rafael Blasco y señora (serios y
circunspectos) compartían mesa y tinto de verano en Benicàssim mientras mis
compañeros se lamentaban: uno no puede salir a la calle sin compartir
servilleta con un imputado.
El Voramar es, ya digo,
lo más parecido a Puerto Banús y sobrevive a todas las modas. Como el centro de
la ciudad, donde uno puede toparse con Andreíta (la de Jesulín no, la de Carlos
Fabra) cenando con unos amigos de siempre con coleta relamida.
Los estertores de la
familia Fabra crearon el primer terremoto del verano con un julio incipiente al
pedir un indulto para el patriarca. La Audiencia Provincial de Castellón citará
a Fabra el 3 de septiembre para que conozca su destino presidiario pero esta
petición de una gracia ministerial puede dejar en el aire su ingreso en la
trena.
Sólo un susto nos hemos
llevado esta semana y no era para tanto. La Generalitat ha ingresado 660.000
euros al CD Castellón, un club histórico que se lame las heridas de los buitres
que le han rodeado en los últimos tiempos. La afición lo ha visto de justicia,
un acto poético y se han encargado de escupir en Twitter contra los periodistas
que cuestionaban que el fútbol (fuera el club que fuera) viviera años y años
con patrocinios públicos. El fútbol es así.
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