lunes, 3 de febrero de 2014

La delgada línea roja

"La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír´" (George Orwell)
 
Poco se imaginaba Alberto Fabra que sus líneas rojas podrían acabar siendo sogas. El tema comenzó mal puesto que en la ponencia en Sevilla cuando presentó lo que iba a ser su ideario de limpieza arrancó con polémica. Medio PP de Castellón respondió con un plante sonoro (ideado por Carlos Fabra, ausente y entonces imputado), si bien muchos se levantaron mientras enviaban mensajes de perdón. Todo a la vez.
La doble línea continua parece hoy un carril de aceleración porque al presidente le adelantan por la derecha y por la izquierda una semana sí y la otra, también. Le tocaba esta semana el turno a Javier Moliner.
Dijo el presidente castellonense que él no es esclavo de ninguna línea roja. Eso lo dijo él y yo digo que fue una exhibición al más puro estilo Esperanza Aguirre. Que va a su bola, para que me entiendan. Y ante la contradicción hay que improvisar: ahora ya nos queda claro que hay varios tipos de imputado. Está la infanta (a la que antes llamábamos la hermana lista) y los valencianos. Y dentro de esta categoría están los imputados por “cuestiones administrativas”. A esos no se les toca, hasta nuevo aviso, aunque también depende. Si alguien lo entiende, que me llame.
Moliner marca distancias porque no hay nadie en el PP de un tiempo a esta parte que no enseñe la patita y se aleje. Los alcaldes populares temen la visita de Fabra o de todo lo que huela a partido, bastante tienen con resistir la oposición que crean Rajoy y compañía todos los días desde Madrid como para asumir errores de otros.
Me explico: la cuchillada de subir la cuota de los autónomos (720 euros más al año), la luz y todas las cosas que afectan al ciudadano de a pie que va tolerando mientras sobrevive para pagar facturas cuando los diputados están de vacaciones.
Pero retomo. Moliner marca distancias porque su objetivo es Castellón. Pero a Moliner no le acaba de gustar que sus alcaldes se desmadren, como ha pasado con el copago. Los ciudadanos podemos soportar que nos mangoneen y partirnos de risa con el trencadís y la cacería del topo, pero a todos nos parece una indecencia lo de hacer pagar a los discapacitados, aquellos que deberían estar protegidos para garantizar la integración. Un punto que está en los principios de la fundación del PP, por cierto.
Con la de líos internos y errores de bulto sólo faltaba meterse en nuevos jardines que ha acabado con el partido dividido. Un hecho inusual hace unos años y que ahora pasa cada quince días. A perro flaco, todo son pulgas.
Hablando de Moliner y de diputados, Andrea Fabra ha vuelto (como Norma Duval). Lo último que se le recuerda es el ‘que se jodan’. Desde entonces han pasado varias estaciones del año con ella calladita (y más guapa). La hijísima se convertía el viernes en la representante del PP castellonense en Valladolid, donde estaban los pesos pesados del PP nacional y ella moderaba.
La decisión no ha sentado del todo bien a la generación Moliner (así se llaman) que son la pandi que trata de dar una pátina de renovación al proyecto afeitando bigotes y tirando de ambientador ante lo macilento. Y lo digo por el diputado Martínez, defenestrado pero con 40.000 eurazos de sueldo por no tener competencias. Un sueldo Nescafé de aquí a que se le acabe el chollo (o sea, 2015). También tiene los días contados otro diputado: Adelino Santamaría, el alcalde de Borriol, que ya dijo esta semana que lo suyo es una crónica anunciada.
El alcalde de Castellón Bataller, Alfonso, presentaba un libro sobre algo de urbanismo y el futuro. El contenido era lo de menos. El primer edil se apunta a todo porque no es que haya conseguido mucho desde que llegara a la alcaldía en cuanto a reconocimiento público. Su debilidad y las encuestas hacen que dentro del partido haya movimientos en busca de relevos. Porque una ciudad con un urbanismo cuestionado por el Supremo que ha anulado el PGOU… Ya me dirán.
Los políticos no se resisten a una foto (síndrome Mocito Feliz) y si no hay nada que inaugurar, se presenta un libro. Ya lo hizo Alberto Fabra en su día. Él presentó dos: sus memorias (como Belén Esteban) y uno titulado ‘La ciudad que yo quiero’. 155 páginas de las que no entendí nada, ni el resumen de la solapa.
En política siempre hay un segundo que quiere ser el primero en todas partes y más en una profesión donde la ambición, el ego y la garantía de un sueldo son los únicos fines claros o, por lo menos, los únicos que nos dejan ver.
Artículo publicado en Las Provincias 3-febrero-2014

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