Ningún hombre me
conmovió. Esto lo dice Emily Dickinson en uno de sus célebres poemas: salí
temprano, llevé a mi perro, visité el mar. Y los versos me golpearon las sienes
como un dolor de cabeza pero al revés. Fue en el acto en que el presidente
Fabra presentó la adjudicación del aeropuerto.
Hasta el momento había
políticos que me habían generado rechazo, admiración, mosqueo tirando a cabreo
y hasta urticaria. Pero ninguno me había conmovido y generado tal desasosiego
hasta tal punto de evitar una pregunta. Debe ser la edad o el exceso de
titulares, pero en el acto me pareció ver a un presidente sin rumbo y, perdón
por la comparación, como un guerrillero de esos románticos que describe
Almudena Grandes, sin darse cuenta de que defienden lo que ya está perdido.
Fabra llegaba a
Castellón para anunciar algo positivo: había conseguido reconducir el futuro
del aeropuerto. En realidad eso ya se sabía (la adjudicación, digo) así que
todos esperábamos detalles, pero no los hubo. Cuando un político anuncia nada
quedan dos opciones: o acribillar a preguntas o que meta la pata.
Pasaron las dos cosas,
la verdad. Dijo Fabra que cuando llegue el primer avión hará una fiesta. Pero
tal vez, y tirando de clásicos populares como Paloma San Basilio, tal vez, ya
digo, para entonces, la fiesta haya terminado.
Fue una frase escapada
entre la risa, mirando a sus colegas, pero ya teníamos el titular a falta de
saber más. Lo mismo, en otro momento, habría pasado desapercibido, pero con las
cifras del paro galopando y subiendo y creciendo y las crisis que no cesan, la
frase de la fiesta desplazó todo lo demás.
Al calor de la
convocatoria llegaron medios de todos lados y pronto surgieron las preguntas
incómodas, como qué pasa con Milagrosa Martínez. Fabra aludió a su doctrina que
parece el preludio de un final cercano: “no nos podemos permitir estas cosas”.
Es decir, no puede haber imputados “y que alguien no acuda a un pleno por tener
un juicio”. Pero lo dijo con el alcalde de Castellón a su derecha, imputado por
Gürtel, que miraba al suelo por si las moscas.
A cada pregunta, una
improvisación. Y ahí es donde empezó a crecer el desasosiego, el mismo, por
cierto, que me ha generado el cartel electoral de Ximo Puig, dicho sea de paso.
Ni la falda ‘animal print’ de Esther Pastor me devolvieron al presente y ahí es
donde se nos escapó la pregunta: ¿qué diferencia hay entre Alfonso Bataller y
Milagrosa Martínez? Ahora ya es retórica, disculpen la negligencia.
Para que me entiendan,
fue como en la escena de la película ‘Sospecha’ donde Hitchcock introdujo una
bombilla dentro de un vaso de leche para advertirnos: aquello indicaba algo
(algo malo, claro). Y así fue. Es decir, el Consell es débil hasta en las
buenas nuevas porque hay demasiados agujeros en proa, en popa y hasta en las
velas. Todavía quedan, eso sí, músicos
tocando ante el pánico.
La casualidad quiso que
el viernes por la noche el presidente de la Generalitat cenara en el
restaurante Como Antes del centro de Castellón. Lo hizo frente a una de las
cristaleras del local con vistas a la plaza Tetuán mientras fuera había una
manifestación en contra de las políticas del Consell. La imagen era como la de
un espejo encontrado, un reflejo turbio del presente entre tapa y tapa.
El segundo gran protagonista
ha sido Carlos Domínguez. El presidente de la Audiencia (ahora ya expresidente)
escarbó en su trayectoria para confesar que el ‘caso Fabra’ le había
perjudicado. “Por desgracia para mí, este caso me ha perseguido y por mucho que
lo he intentado, no he conseguido quedar al margen”.
El juez nos ha
acostumbrado en esta década a sus impecables corbatas y a la gomina (en el
pelo, no en la corbata). Aunque se abstuvo y se apartó del proceso por conocer
a Fabra por los cargos que ambos ocupaban, el juicio más mediático de la
provincia le ha pasado factura. No es el único, los hay que han hecho fortuna
con el proceso y otros han caído en un abismo, como el propio expresidente del
PP.
Dijo Domínguez que la
Comunitat debería crear tribunales exclusivos para atender los casos de
corrupción ante la saturación del TSJCV. Somos una tierra de excesos, hemos
pasado de construir apartamentos a construir corruptos (presuntos), aunque los
corruptos son como las setas, se crean solos sin que les ayudemos, solo
precisan de nuestra indolencia y capacidad para hacer como que aquí no pasa
nada.
Hace tiempo una empresa
organizaba excursiones por nuestra autonomía en busca de símbolos de la
catástrofe: del trencadís al aeropuerto de Vilanova d’Alcolea, todo por el
mismo precio. Aquí producimos más talento y muchas más cosas, pero la mala
prensa tiene siempre mejor salida. Estamos solos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario