lunes, 10 de marzo de 2014

Ningún hombre me conmovió


Ningún hombre me conmovió. Esto lo dice Emily Dickinson en uno de sus célebres poemas: salí temprano, llevé a mi perro, visité el mar. Y los versos me golpearon las sienes como un dolor de cabeza pero al revés. Fue en el acto en que el presidente Fabra presentó la adjudicación del aeropuerto.

Hasta el momento había políticos que me habían generado rechazo, admiración, mosqueo tirando a cabreo y hasta urticaria. Pero ninguno me había conmovido y generado tal desasosiego hasta tal punto de evitar una pregunta. Debe ser la edad o el exceso de titulares, pero en el acto me pareció ver a un presidente sin rumbo y, perdón por la comparación, como un guerrillero de esos románticos que describe Almudena Grandes, sin darse cuenta de que defienden lo que ya está perdido.

Fabra llegaba a Castellón para anunciar algo positivo: había conseguido reconducir el futuro del aeropuerto. En realidad eso ya se sabía (la adjudicación, digo) así que todos esperábamos detalles, pero no los hubo. Cuando un político anuncia nada quedan dos opciones: o acribillar a preguntas o que meta la pata.
 

Pasaron las dos cosas, la verdad. Dijo Fabra que cuando llegue el primer avión hará una fiesta. Pero tal vez, y tirando de clásicos populares como Paloma San Basilio, tal vez, ya digo, para entonces, la fiesta haya terminado.

Fue una frase escapada entre la risa, mirando a sus colegas, pero ya teníamos el titular a falta de saber más. Lo mismo, en otro momento, habría pasado desapercibido, pero con las cifras del paro galopando y subiendo y creciendo y las crisis que no cesan, la frase de la fiesta desplazó todo lo demás.

Al calor de la convocatoria llegaron medios de todos lados y pronto surgieron las preguntas incómodas, como qué pasa con Milagrosa Martínez. Fabra aludió a su doctrina que parece el preludio de un final cercano: “no nos podemos permitir estas cosas”. Es decir, no puede haber imputados “y que alguien no acuda a un pleno por tener un juicio”. Pero lo dijo con el alcalde de Castellón a su derecha, imputado por Gürtel, que miraba al suelo por si las moscas.

A cada pregunta, una improvisación. Y ahí es donde empezó a crecer el desasosiego, el mismo, por cierto, que me ha generado el cartel electoral de Ximo Puig, dicho sea de paso. Ni la falda ‘animal print’ de Esther Pastor me devolvieron al presente y ahí es donde se nos escapó la pregunta: ¿qué diferencia hay entre Alfonso Bataller y Milagrosa Martínez? Ahora ya es retórica, disculpen la negligencia.

Para que me entiendan, fue como en la escena de la película ‘Sospecha’ donde Hitchcock introdujo una bombilla dentro de un vaso de leche para advertirnos: aquello indicaba algo (algo malo, claro). Y así fue. Es decir, el Consell es débil hasta en las buenas nuevas porque hay demasiados agujeros en proa, en popa y hasta en las velas.  Todavía quedan, eso sí, músicos tocando ante el pánico.
 

La casualidad quiso que el viernes por la noche el presidente de la Generalitat cenara en el restaurante Como Antes del centro de Castellón. Lo hizo frente a una de las cristaleras del local con vistas a la plaza Tetuán mientras fuera había una manifestación en contra de las políticas del Consell. La imagen era como la de un espejo encontrado, un reflejo turbio del presente entre tapa y tapa.

El segundo gran protagonista ha sido Carlos Domínguez. El presidente de la Audiencia (ahora ya expresidente) escarbó en su trayectoria para confesar que el ‘caso Fabra’ le había perjudicado. “Por desgracia para mí, este caso me ha perseguido y por mucho que lo he intentado, no he conseguido quedar al margen”.

El juez nos ha acostumbrado en esta década a sus impecables corbatas y a la gomina (en el pelo, no en la corbata). Aunque se abstuvo y se apartó del proceso por conocer a Fabra por los cargos que ambos ocupaban, el juicio más mediático de la provincia le ha pasado factura. No es el único, los hay que han hecho fortuna con el proceso y otros han caído en un abismo, como el propio expresidente del PP.

Dijo Domínguez que la Comunitat debería crear tribunales exclusivos para atender los casos de corrupción ante la saturación del TSJCV. Somos una tierra de excesos, hemos pasado de construir apartamentos a construir corruptos (presuntos), aunque los corruptos son como las setas, se crean solos sin que les ayudemos, solo precisan de nuestra indolencia y capacidad para hacer como que aquí no pasa nada.

Hace tiempo una empresa organizaba excursiones por nuestra autonomía en busca de símbolos de la catástrofe: del trencadís al aeropuerto de Vilanova d’Alcolea, todo por el mismo precio. Aquí producimos más talento y muchas más cosas, pero la mala prensa tiene siempre mejor salida. Estamos solos.

Artículo publicado en Las Provincias 10 de marzo de 2014 

 

 

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